lunes, enero 31, 2005

Gallardón o el héroe problemático

Antonio Asencio

(www.diariodirecto.com 15/10/2004)

Según la teoría literaria de Lukács, la novela moderna empieza con El Quijote, justo cuando el antiguo héroe épico, el héroe exitoso en sus gestas, acorde con el mundo, se transforma en un ser maltrecho en su destino, en permanente dialéctica con una realidad que ha dejado de ser mágica, enfrentado trágicamente a su escenario de batalla. Como nos decía Lukács, este héroe problemático, idealista, cuya interioridad choca con un mundo obstinado en ser real y ramplón, y que nace con El Quijote, pero que perpetúa durante la modernidad hasta la novela decimonónica (¿qué son Madame Bovary o La Regenta sino heroínas problemáticas?) representa “el primer gran combate de la interioridad contra la vileza prosaica de la vida exterior”.

Resulta conmovedor ver una historia de heroicidad problemática en la política de hoy, por eso los amantes de la literatura de antihéroes no vamos a dejar de agradecerle a Alberto Ruíz-Gallardón el magnífico episodio que nos ha regalado. Y lo digo sinceramente. Como él mismo ha dicho, su derrota es algo más profundo que el festejo rapaz que sobre su cadáver político se están dando los incondicionales “liberales” de Acebes, Rajoy y Aguirre. Porque bajo muchos adjetivos recibidos o autoimpuestos por él mismo (desde “enfant terrible” hasta “traidor”, pasando por “infiltrado del PSOE”), lo cierto es que Gallardón, este verso suelto no ya del PP, sino de la derecha española en su conjunto, ha jugado a ser caballero andante –acompañado por su fiel escudero- en un mundo lleno de molinos de viento, a ser un viejo romántico enfrentado al mar de los peligros, como él ha referido cuando se ha declarado “vencido”, pero no “derrotado”, aludiendo a Hemingway.

Co-fundador de AP, joven brillante que pasó años en la oposición en el consistorio madrileño, y luego en la Comunidad, frente a un Leguina que escribía libros y se dejaba el bigote en batallas internas, el mayor mérito de Gallardón fue recuperar para la derecha la presidencia del Gobierno regional. Con él, Madrid fue líder en inversiones extranjeras, limó el paro hasta dejarlo en niveles europeos y la Comunidad se situó a la cabeza española en renta. Gallardón era un político atípico, libre, que creyó que era posible una derecha liberal en lo económico y sensible en lo social, y por qué no, en lo cultural. Se enfrentó silenciosamente a su antagonista en lo ideológico, lo político y hasta lo estético, el post-moderno y post-movida Álvarez del Manzano, que pulverizó el Madrid cultural y lo enterró en una zanja interminable de chabacanería y falta de referencias. Nunca sabremos hasta qué punto la Comunidad de Madrid fue el mejor escaparate del PP para ganar en otras comunidades, o incluso en el 96. Gallardón se reinventó el Sur en una obra monumental: el Metrosur, mientras el PP de las Aguirres y Romeros de Tejadas se extendía como una sombra de ladrillos por un Norte incondicional. Mientras fue presidente de la Comunidad de Madrid, nunca fue, ni lo intentó, presidente del PP madrileño. Cuando lo convencieron para presentarse a alcalde, creyó que sería su trampolín para suceder a Aznar. Ese es el nudo de la trama. Los autores de la obra le habían aguardado otro porvenir: apartarlo del aparato en Madrid y quemarlo en la alcaldía. Uno escribe estas líneas casi como quien escribe una necrológica, pero en realidad lo que se lamenta no es la derrota de la persona, sino el aborto de un proceso democrático en la moderna y democrática derecha española de los muy honrados Acebes, Rajoy y Aguirre.

Gallardón se siente traicionado por su partido. Como pasa con los héroes problemáticos, nunca sabremos si estuvo loco cuando desafió al aparato, es decir, al mundo nada vil y nada prosaico de Acebes, Aguirre y Rajoy, o si estaba cuerdo pero sentía la implacable necesidad que tienen todos los héroes de caminar honestamente hacia su destino, aunque este sea trágico. Gallardón supo siempre que sería vencido, pero le honra haber luchado contra lo imposible, contra todos esos “hombres honrados” que lo han defenestrado. Como sentenciaba Lukács, a fin de cuentas, “toda victoria sobre la realidad es una derrota para el alma, porque la ata más, hasta la ruina, en lo que le es esencialmente extraño, que toda renuncia a un conquistado trozo de realidad es en verdad una victoria”.

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