El país como texto
Roland Barthes, Jacques Derrida, Michel Foucault y, en general, los filósofos post-estructuralistas, realizaron una crítica de la cultura desde su base textual para incidir en la relatividad de los discursos históricos, de los saberes. Un determinado saber, un determinado discurso constituye un texto, una red de significantes enlazados, pero es siempre un texto abierto, inconcluso, es un texto referido a otros textos, un vano intento por formar un corpus coherente con un nodo central y unas ramificaciones categoriales que, sin embargo, no se sostienen sino en el vacío de un desplazamiento eterno, una différance: el de un significado compuesto, a su vez, por otros signficantes. Una cultura es, por tanto, un libro, pero, sin embargo, es un libro hecho de fugas, escapes, es un texto contaminado por otros textos, por notas a pie de página, prefacios y erratas, incapaz de hablar por sí mismo, y cabría preguntarse, en su versión más radical, si sencillamente capaz de hablar. La cultura, el discurso, es un libro que lucha contra sí mismo, campo semántico en guerra semiótica en un proceso ilimitado de semiosis.
Existe el país como idea de límite, de frontera textual, como lo que ya no se puede decir sobre sí mismo. Cuando Fernando Savater afirma que se "la suda la idea de España", parece adquirir un enfoque materialista: no me interesan los signos de España, me interesa su condición material, el reparto de su dinero. Olvida Savater, sin embargo, que el dinero es en sí una red significante que otorga significación, y nos resitúa en una gramática social, y olvida que el discurso, la ideología, ya lo dijo Ricoeur, está no opuesta, sino entretejida en el corazón de las relaciones de producción: son su descripción legitimadora. Por tanto, la continua differance, el proceso semiótico entrecortado, el decir inconcluso de España, su problemático desplazamiento, el decir España, sus límites, sus relaciones, sus discursos, es un campo semiótico sin el cual no existe ideología legimitadora de una determinada organización. Sin idea de España, por débil que sea, por difusa que se nos antoje, el texto que queramos construir dejará de tener fronteras posibles, y regular lo público es poner fronteras, categorizar, excluir, organizar. Nos guste o no. De lo que se trata es de hacer un texto plural, atractivo y asumible por todos. Pero para ello, sí, es necesario una cierta idea de España, una determinada proyección de estructuras significantes que tiendan a su orden, a su codificiación. Se trata de hacer política, no filosofía, y la política es el arte de generar significados donde no los hay, como hace el Estatut con el término nación.
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