Lecturas estivales: Eros y civilización
Entre las olas baleáricas leo Eros y civilización, de Herbert Marcuse, el filósofo de la Escuela Crítica de Frankfurt que alumbró la crítica a la sociedad occidental bajo el prisma hibridado del psicoanálisis de Freud y el marxismo. Freud y Marx fueron dos pensadores de "la sospecha". En Marcuse, la sociedad occidental, capitalista, maneja las fuerzas represoras contra el instinto erótico para asentar sus dos pilares de poder: la familia y el trabajo. Para Marcuse, la sociedad postmaterialista (y por ende, post-marxista) generaría sus propios mecanismos, se autotransformaría, para posibilitar su continuidad disolviendo esas instancias represoras. El sexo sería una fuerza liberadora del id o ello, permitiría a las personas encontrarse consigo mismas, huyendo de la cosificación que las enajena de sus propios cuerpos. El placer dejaría de estar monopolizado en la figura distribuidora y organizadora de la familia tradicional.
Foucault, Marcuse, Marx... compañeros de verano. Seguiremos informando.
PD: ¿Quién informa de los hallazgos helénicos? ¿Quién me habla del hallazgo de Aquiles y las mil Europas? ¿Quién se oculta bajo los espejos de la historia? ¿Quién habla? ¿Quién habla? ¿Quién habla?
7 Comments:
Continuamos en la desembocadura del Danubio. Escribimos en nuestro diario: "Todos necesitamos una biblioteca con la que cubrir la desnudez con la que venimos al mundo". Nos espera Trieste. La patria de Svevo, Joyce y Saba. ¿En que lengua nos hablará Godot? En la maleta la armadura por la que lloró Ayax.
Otra nota. Deudora de Samuel Beckett: "Todo el universo apesta a cadáver". Pronto, más.
Notas para una dramaturgia de las ausencias.
1.Cuando escribimos mentimos. Cuando hablamos mentimos. Todo proceso de expresión es un acto de acomodación de la realidad, de ordenación de un paisaje. En toda ordenación hay una voluntad moral, ejemplificadora, tanto para el que ordena, como para el que resulta ordenado, colocado, situado. En el orden no existen las fronteras. Todo queda incluido. En este relato de lo perfecto, no existen extranjeros ni visitantes, ni voces con acentos difusos. Todo material que implique locuacidad será expulsado del paraíso del “nosotros”. Ese “nosotros” que esta concebido como la perfecta simetría en que se reconoce el yo , cuando se refleja en lo nuestro , en nuestro mundo material e ideológico. (Continuará)
Notas para una dramaturgia de las ausencias.
2. El tiempo y la memoria son aceptados como líneas infinitas y continuas. La memoria como un cementerio donde enterrar y sepultar, donde acudir a festejar la desgracia, donde esconder la nada, donde embalsamar el acontecimiento ingrato. Y el tiempo, ese bucle infinito que regresa a nosotros, como un caudal empírico, de donde extraer un imperio de categorías, a la manera kantiana.
Pero la memoria y el tiempo, jamás son vistos como sujetos de producción poética. Ese trabajo se lo dejamos a los locos o los asesinos.
Enterramos para ocultar. Nunca para que de lo enterrado florezca un nuevo ser. Si aprendemos es para no repetir, para no volver. (continuará)
Marcuse a estas y alturas, y en verano: Antonio, se me ocurren lecturas más veraniegas, la amenidad no ha sido nunca lo que ha destacado a la Escuela de Frankfurt. ¿Podrás decirme si le queda algo vigente? Yo ya no me atrevo a desenpolvar esos libros.
(Cántese) ¿Quién teme a Wirgina Woolf, Wirginia Woolf, Wirginia Woolf?
Estamos en Turín: A finales del siglo XIX, Nietzche abrazado al cuello de un caballo al que un cochero a golpeado sin piedad, llora desconsoladamente. Saltemos. Francia: Mitad de siglo. Sartre, encerrado con un solo juguete, nos anuncia que el infierno son los otros. Otro salto: Beckett, entierra aún con vida a sus padres en dos cubos de basura, mientras Lear/Job, aqui bajo los nombres de Hamm y Clov anuncian que mientras quede un hombre en todo el universo, el desconsuelo reinará en él.
¿Conclusión? El derrumbe infinito de la esperanza.
Otro lugar, otro tiempo. En una gran cinta de Moebius, el General Franco aconseja a Perón: " Jamas se meta con la Iglesia ni opine sobre la moda de las mujeres". ¿Hizo caso Perón al docto dictador?. Ustedes conocen mejor que nadie la respuesta. En Triestre, el último gimlet anuncia que debemos ir a la cama. En breve, sabran de nosotros.
Continuamos en Trieste. Esta vez con Laura. Vera Caspary escribe una novela sobre la ausencia. Y en ella, construye un no-lugar, un espacio de extraños encuentros entre tres personajes que buscan en su memoria los recuerdos que les permitan construir la identidad de Laura, la gran inhabitada. En 1946, se edita la novela en España en una colección de crimen y misterio que dirigian Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Años más tarde o tal vez antes (permitanme que mi memoria vacile) Otto Preminguer, lleva al cine las palabras de la escritora. Los tres personajes entraran en el parnasillo de la gloria a traves de la mirada inquieta de quien se sabe observado.
Gaston Bachelard aún no había nacido. ¿Estamos ante una poética del espacio avant la lettre? Juzguen ustedes. Olvido por un momento estas teclas y me dirijo como buen chandleriano a tomarme mi dosis diaria de gimlets. Disfruten de la noche. Yo lo haré. Hasta pronto.
En Freud leído por Marcuse la memoria es una estrategia fatal: fragmentos de placer que reviven como un látigo que deseamos que nos vuelva a golpear, un placer primigenio, una continua búsqueda. Marcuse nos habla del excedente de represión, pero, ¿y el excedente de memoria? ¿qué pasa con el excedente de memoria? ¿y con el excedente de placer? ¿Y si el placer estuviese en el futuro, y no en el origen?
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