Ortega y el racio-vitalismo
Quien esto escribe asiste a una serie de conferencias sobre la figura de Ortega y Gasset, organizadas por la Universidad de Málaga. El asunto no es, tampoco, casual, puesto que Ortega vivió en Málaga y fue aquí, y más concretamente en mi barrio, El Palo, donde estudió el Bachillerato (en el Instituto San Estanislao de Kotska, de los jesuitas). Luego se iría a Madrid y a Alemania, en un peregrinaje de vida y obra que lo conduciría por vericuetos, a veces confusos, de la razón y la vida. Porque si algo estoy aprehendiendo estos días con las interesantes conferencias que se imparten en el rectorado y en el Ateneo es que la vida de Ortega fue una tensión nunca resuelta entre razón y vida, entre positivismo y perspectivismo. La vida es la circunstancia, la mancha, el entusiasmo, pero es también el drama creativo, la perspectiva, la interpretación: la hermenéutica que desordena el mundo en infinitos puntos de vista. Ortega quiso ordenar el desorden, sistematizar la historia, racionalizar el flujo: ¿pudo? Pienso: difícilmente. En Ortega hay una pulsión de vida, una raíz nietzschiana reprimida que brota irregularmente por su pensamiento. El término "vida", como realidad radical, es el análogo al "estar ahí" de Heidegger. Estar ahí es un existir radical: un drama situacional enmarcado en la referencia del límite: ¿la muerte?, ¿el horizonte?, ¿el, o los otros?
Entre el Ortega sistemático, racionalista y maduro, y el Ortega juvenil de las virtudes de la mocedad, el de la risa, la amistad, el amor y el entusiasmo como vectores de vida, me quedo con éste último que, acaso, fue el primero.
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