martes, agosto 23, 2005

España, tras un viaje por Europa

¿Somos cívicos los españoles? No. Es obvio. No somos cívicos. Somos los vándalos de Europa. Sólo hace falta salir un poco, incluso a un país como Italia, para darse cuenta. No tenemos medio ambiente, el medio rural está asolado, nos apiñamos en ciudades masificadas, en edificios de mal gusto, conducimos como kamikazes irresponsables, tiramos colillas y papeles al suelo y hablamos alto. En verbenas de verano, como las del barrio barcelonés de Gràcia, se destruye el mobiliario. En el País Vasco las ideas llevan escolta y los comercios de una ciudad como Getxo, sobrecogedora por ser la máxima expresión de cómo el bienestar puede ser trágicamente feo, dejaron de tener alarma porque no hay Prosegur que pueda evitar el destrozo que sufren por la pedorrez hooligánica de las hordas de jóvenes patriotas vascos. España vive en una autofagia permanente, una autodestrucción seca, árida, febril. Se quema, se pudre, las playas se manchan de fuel espeso como la sangre de los toros empapa el albero dorado: es nuestra esceno-filia. Pero nuestra incivilidad nos hace ser los menos tontos de Europa. Vivimos en un oasis de mierda existencial que nos hace hablar sin tapujos, hacer oír nuestro "quejío", llorar, gritar, desgarrarnos, insultar, odiarnos a gusto, con las vísceras bien estrujados y el cocido bien caliente, darnos un asco perpetuo unos a otros, eruptar Estatuts, nuevas constituciones, absurdas monarquías restauradas, foros de la familia, bochornos cutres como los San Fermines, las Fallas o el Rocío. Todo es caricaturescamente báquico, excesivamente doloroso y placentero a la vez: un hedonismo desordenado, corrupto, inviable, insostenible.

Así vivimos, al filo de nuestra propia autodestrucción, desde hace siglos. Pero aquí, a diferencia de lo que pasa en la civilizada Francia o Italia, o Gran Bretaña, a los corruptos se les llama corruptos. Cosa distinta es que los sigamos votando, pero sabemos que son corruptos y no hay educación ni vergüenza que evite que se pronuncie su naturaleza con toda su obscena carga de realidad. Que nadie, por favor, nos traiga de Europa el aroma políticamente correcto que sume a los países en la muerte. No nos trajisteis su orden, no nos traigáis su muerte anodina, su forma de vivir falaz, museística, irrelevante, mentirosa.

Que caiga, pues, la lava y continúe la fiesta.