Salvador Puig Antich
El sábado fui al cine. Cogí el coche, atravesé Málaga y recalé en el Centro Comercial Rosaleda. Entre stores de Zara y Mango, entre Burger Kings y Telepizzas, compré la entrada. Casi he dejado de ir al cine, porque para mí, lo de menos es la película, y lo de más, como todo, como siempre, el ritual ciudadano de arreglarse y perfumarse, de sentir la prisa en el estómago, de salir a la calle otoñal y caminar dándole impacientes patadas a las hojas secas, temiendo llegar tarde. Pero el cine siempre está allí, con sus carteles tentadores, con sus colas animadas. Llegar oliendo el dulce de los cafés y los chocolates calientes de la ciudad, y salir oliendo el salado de las palomitas. Lo importante del cine es que te convierte en un flaneur (mundana ilusión!) durante la tarde del sábado. Si te quitan eso, ¿qué te queda? El cine.
Ahora, los magos del capitalismo, al menos en Málaga, han conseguido hurtarnos esos pequeños placeres de urbanita. No digo yo que haya spleen, sólo pedía una ciudad. Ir al cine es aquí una cuestión cuantitativa, no cualitativa. Encajonaron al cine en una sofisticada ruta de escaparates que vomitan productos. Películas agresivas para salir con la necesidad compulsiva de exprimir la Visa.
Y allí vi Salvador. Salvador Puig Antich. Que ante todo, sobre todo, es una película. No importa que esté basada en hechos reales. Mientras ves la película, te olvidas de lo que hay fuera de ella. Llegas a ignorar que hubo, en un tiempo, un chaval de 20 años que se llamó así, que militó en movimientos clandestinos contra el franquismo, que robó bancos para dar dinero a los sindicatos y movimientos obreros, que soñó un país más justo y vivió sin miedo, inconsciente, inocente, que amó, que huyó, que cruzó la frontera con Francia y con el tiempo, con el futuro y con los valores de la España que le tocó vivir. Las fronteras de un país encerrado y aislado en su lógica fratricida y tardofranquista. Olvidas que fue detenido por la policía del Régimen, torturado, encerrado, y condenado a muerte, a garrote vil. Olvidas que esa historia es la copia inexacta, pero leal, de la vida de Salvador Puig Antich.
No hay trampa, porque todo lo que ves, es ficción. Es irreal. Y por eso, y no por los tópicos que reproduce la película, es por lo que funciona. Salvador es una muy buena película. De las grandes. Una película social hecha a cara de perro, con las tripas por delante, pero con la cabeza por detrás. Una película que cuida hasta el último detalle, que utiliza la mejor fotografía (quemada, que consigue texturas propias de los años setenta) y que exprime un jugo inaudito a los mejores actores posibles para cada papel (Daniel Bruhl está colosal como protagonista).Una película que tiene un buen guión, que no decae, que no juega sucio, que emociona sin dar golpes bajos, sino altos, directamente a la mandíbula del espectador.
Me recordó a las mejores en su género, a "En el nombre del padre" o "Pena de muerte". Entre el suspense, la aventura, el romance, la película histórica, la de tribunales, la de cárceles... Salvador te conduce al patíbulo, hasta el final esperado del garrote vil: la lógica del Régimen, la cotradicción de la vida. Ni si quiera los tópicos, los pelos largos y desmadejados, la estética, la música de Leonard Cohen (la escena de amor de Salvador con una hippy desconocida-Ingrid Rubio- mientras se escucha Suzanne es falsamente tópica, terriblemente sobrecogedora), y en definitiva, los lugares comunes de los que se sirve el director, consiguen ocultar Salvador. Ni desvirtarla. Hay cartón, es cierto. Pero no trampa. Falla quien aluda a "tópicos progres" en una historia vacía. Es la única trampa de la película: que no cede a la trampa de una absurda, deshonesta y supuesta imparcialidad. No hubiese sido posible. Salvador no cede: es una película militante. Y por eso, deja que sus detractores se enreden en sus argumentos, en su sesgo, como moscas en una tela de araña. Allí mejor que en otro sitio, debió pensar el director. Nunca quedó más claro que el arte, el buen arte, no tiene por qué ser universal, ni ser para todos (y todas).
El catalán hermoso y matizado, burgués y elegante y oscuro se mezcla con el español oficial. No hay demagogia ni agravio. Pero tampoco es una película bilingüe, porque sus personajes sienten en catalán, sueñan en catalán, aman en catalán.
Salí con la cara cargada de lágrimas de impotencia y me enfrenté al Centro Comercial, a sus ciudadanos convertidos en consumidores, a sus calles adornadas por jefes de marketing. Salí a la calle, vi los edifiios levantados durante los años 70, barrios verticales e implacables como el destino de quienes los habitaban, vidas de cemento, de aceras estrechas y patios de hormigón donde generaciones de niños han jugado fútbol machacándose las rodillas, antes de machacarse el futuro en una sociedad que les tiene reservado un suelo tan duro como el que sufrieron sus rodillas. El alcalde de mi ciudad era presidente de la Diputación franquista, hace 35 años, y su familia una de las promotoras de aquella Málaga zonificada. Entonces, había motivos para ser un salvador. Tal vez, los haya ahora. Tal vez, debiéramos hacerle caso a Puig Antich, y que su muerte no haya sido en vano. Que no nos hayan matado el inconformismo por una sociedad más justa y más libre. Y sobre todo, que no aflore en nuestro corazón el miedo. Hay muchos garrotes viles reconvertidos, pero no pueden acabar con todos. Seguiremos yendo al cine, aunque sea en el Centro comercial.
3 Comments:
Menos mal que somos dos los que nos ha gustado. Santi Navajas la puso a parir. Yo hice un post laudatorio, precisamente en tu línea: me da igual si tiene sesgo político, porque lo han contado bien, es un cuento. Le pegan por la derecha y por la izquierda por no dejar traslucir las causas ideológicas de su lucha y se centran, cosa que me parece bien, en la irracionalidad de la represión, el proceso y el sistema judicial. Otras lecturas tratan de llevarnos a la justificación del terrorismo, pero creo que el tema de la película no es el terror político.
Precioso post.
Esta película es un ridículo panfleto de propaganda antifranquista:
Un joven amante de la libertad y de la justicia, decide luchar de manera heroica para liberar a la clase obrera. En una de sus acciones de aprovisionamiento, nuestro Robin Hood tiene el infortunio de provocar, por supuesto accidentalmente, el fallecimiento de un malvado policia franquista. Nuestro héroe es apresado y teme que le apliquen el "ojo por ojo", mientras su familia, una versión catalana de "La Casa de la Pradera", le muestra todo su afecto y apoyo, todo ello en un contexto de represión linguística ejercida por policias y funcionarios con acento andaluz. Cabe destacar en nuestro libertador su amor a la lectura, su formación cultural y su alta catadura ética, una ética que le hace rehusar el coito con una bella joven con el novio en la mili. Su magnetismo y su carisma es tal, que consigue evangelizar su doctrina de libertad a su más cercano funcionario de prisiones ignorante de derechas,con el que juega al baloncesto en prisión. No hay mayor fé que la del converso, y cuando este funcionario grita "Franco cabrón" en el momento en que un cateto impávido le aplica la ley del Talión a nuestro martir, nuestros progres españoles, con un nudo en la garganta y los ojos llorosos, contienen en sus butacas el impulso de levantarse y gritar "Asesino", en referencia al otrora general más joven de Europa.
Una ración de opiniones y mensajes políticamente correctos. Que aproveche.
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