La inesperada evolución de las palabras
Leo, paralelamente, dos libros especulares. Uno lo precede. El otro, lo refleja. Fue intuitivo y no sujeto a ningún plan de lectura preconcebido. El primero es "La evolución creadora", de Henri Bergson. Una espuela que el irracionalismo hinca en el lomo del evolucionismo racionalista. Una concepción del tiempo que disuelve el tiempo y lo convierte en duración. La evolución creadora se explica por el "elan vital", la fuerza última, impulso de vida. Y no por el trazado determinado que explicaría una evolución sistemática y mecánica: una prefiguración del tiempo como una sucesión de estados inevitables y consecuentes. Somos libres, dice Bergson, porque no existe el tiempo. Porque no hay una evolución finalista preinscrita en una naturaleza entendida como artefacto mecánico. El artefacto, lo mecánico, es una impostura epistemológica de los hombres (y las mujeres). La naturaleza es elan. No es un plan diseñado por el obrero humano.
Y, ¿qué es la poesía, la imagen poética? Gaston Bachelard, desde una postura opuesta, poetiza la palabra "creación", la creación de la palabra, aludiendo al tiempo indeterminado de Bergson. A la duración en la cual el elan produce su evolución. La evolución del lenguaje se explica por el elan creativo que es la poesía. Y la poesía no es metáfora: es imagen. Es creación pura. La imagen poética es una ontología directa. Ctando a Jean-Pierre Jouve, Bachelard dice: "La poesía es un alma inaugurando una forma". Dice él, directamente: "En una imagen poética el alma dice su presencia".
Tal vez sólo podamos explicarnos así la existencia: un elan o impulso, una ontología que brota en nuestra propia alma sin explicación alguna. Un camino inaugurado por nosotros mismos, rodeado de incertidumbre. Una travesía por la incertidumbre, como decía Estrella de Diego.
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