Más papistas...
...Que el Papa, efectivamente. Menudo atracón de Santo Padre, Vaticano y desfile de cardenales que nos estamos dando. Vayan por delante mis condolencias, para todos los católicos. Independientemente de que se estuviese o no de acuerdo, nadie duda de su carisma, su pacifismo militante y su enfoque mundial y humanitario a la hora de encarar la gestión de su papado. Otra cosa es, repito, que se pongan o no en duda sus aseveraciones sobre cuestiones como la conducta sexual, el uso del preservativo o temas de política interna española donde el consejo de Rouco Varela, sin duda, le jugó una mala pasada. Hubo tiempo para criticar todo eso en vida y ahora no es el momento para insistir. No. De lo que quiero hablar es de la histeria mediática que se ha desatado a raíz del fallecimiento.
Empiezo a pensar que la muerte, el hecho físico de la misma, es un producto informativo de primer orden equiparable a cualquier otro impacto televisivo. Uno podría pensar que el paso a mejor vida, desde una óptica cristiana y espiritual, debería ser algo íntimo, austero. Al Papa lo han paseado una y mil veces, su cadáver está expuesto para que millones de fieles lo vean y las televisiones recojan ese instante. ¿Desde cuándo pensar en la muerte, conectarse con una dimensión trascendente de la existencia, si es que se cree en ella, implica una visualización morbosa y litúrgica de tanta magnitud? Las televisiones han hallado en el Vaticano el mejor plató para el espectáculo que mejor saben retransmitir: sufrimiento masivo y rituales sin duda espectaculares. No sé si al Papa le hubiese gustado esta adoración necrófila. Tal vez sea inevitable en la era de la información, donde todo es símbolo, momento, conexión, rápido directo emocionante y visual. O tal vez, ese carácter teatral sea inherente al mundo católico, diferenciado del protestante precisamente por su adoración fetichista de los símbolos: sólo hay que pensar en el exceso barroco de la Semana Santa española.
Viendo el machacón espectáculo vaticano de los últimos días, recordaba, quizá sin querer, algunas películas surrealistas de Buñuel o Fellini, dos cineastas fascinados por el lado estético del catolicismo. Si no, recuerden aquella maravilla felliniana, "Roma": por una pasarela desfilaban modelos vestidos de cardenales u obispos, luciendo todo tipo de vestimentas litúrgicas como si fuesen diseños de pre à porter. A veces, el cine más surrealista es un mero comentario de la insondable dimensión de la realidad.
Publicado en diarioDirecto el 06/04/2005
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