Gestionar la deslealtad
Zapatero tiene ante sí un reto más difícil que gestionar la política antiterrorista: gestionar la deslealtad del PP. Todo lo que ha hecho ETA era tristemente previsible en el escenario nacional: abrir una esperanza para clausurarla a bombazos, reduciendo a los escombros del fanatismo y la mafia sus ya exiguos apoyos políticos y sociales. Los terroristas han finalizado la tregua ante la imposibilidad de plantear cuestiones políticas a un Gobierno que repetía una y otra vez que la política se hace en las instituciones, con los votos, y no con las armas. Lo que verdaderamente supone una novedad, táctica importada directamente de los neoconservadores americanos, es la política de acoso y derribo al adversario utilizando la política antiterrorista. Haciendo saltar la política antiterrorista por la derecha, y con potentísimos detonadores éticos.
En este asunto, la realidad importa poco. Da igual que la ruptura de la tregua desmienta la existencia de una negociación política. Da igual que durante la tregua se detuviese a más de 90 etarras, más de los que se detuvieron con la tregua de Aznar. Da igual que en el periodo de Zapatero como presidente más de 300 terroristas de ETA hayan sido detenidos. Todo eso da igual ante la oportunidad de zaherir al Gobierno con un tema que va directamente desde la cocina del PP (sus satélites sociales: AVT, Basta Ya, Foro de Ermua; y sus falanges mediáticas: El Mundo, COPE, ABC…etc) a las tripas de los ciudadanos, sin pasar por la razón. Temas que, dado su contenido visceral, tácitamente quedaban excluidos del espacio de la opinión pública y se discutían en la sombra discreta de los reservados del Estado. Esos reservados, como la vida privada de los famosos, han sido fagocitados por el papel urgente de la prensa reaccionaria y por la declaración agitada de unos políticos serios y fiables como Acebes, Rajoy o Elorriaga, aquellos que, frente al terror, ofrecieron la mentira de Estado. Ya saben ustedes aquello de “no deje que la realidad le estropee un buen titular”. La realidad, importa poco.
Porque al PP le interesaba una ETA simbólicamente fuerte –frente a un Gobierno supuestamente débil-, es por lo que han fortalecido a la banda a base de titulares durante estos tres años: dándoles espacio en radios y periódicos, situándola en el centro del debate, depositando en ella sus esperanzas. Y sus esperanzas políticas –que ahora se cifran en los atentados- se veían amenazadas ante la posibilidad de una tregua que se apresuraron en transformar en una supuesta claudicación. ¿Podríamos jugar a calcular qué grado de responsabilidad tiene la oposición en la ruptura de la tregua?
Frente a la tregua del terrorismo los populares no tenían otra forma de responder que con la guerra de los demócratas. Todo se ha convertido un espectáculo, y estamos esperando, compungidos, que cualquier acción de ETA sea administrada por estos gestores de la crispación como una ceremonia de odio entre españoles, de revancha entre partidos.
Frente a esta deslealtad sin precedentes cuyo objetivo no es la derrota del terror, sino la derrota del Gobierno, Zapatero y su equipo tienen un reto que no puede esperar más: instalar en el centro del debate público no la política antiterrorista, que ha sido la correcta, sino la oposición del PP utilizando el terrorismo. Es eso lo que habrá de ser juzgado y enviado, de nuevo, a la oposición si no queremos que se trunque un principio democrático que creíamos sólido en España: que el peor medio –el uso del terrorismo y los asuntos de Estado- justifiquen el mejor fin: gobernar un país que busca, como todos, la paz.
Artículo original en El Plural
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