Que hablen de Palestina
El gancho
Que hablen. Tenemos derecho a exigírselo, y así lo ha hecho Zapatero, pero yo voy más allá. Que hable Rajoy, que hable Rouco, que hable el Foro de la Familia, que hable Fernando Savater, que hable Rosa Díez, que hable la COPE, que hable Basta Ya. Que todos los beligerantes defensores de sus principios, que los guardianes del tarro de las esencias de la unión, el progreso y la democracia en este país, hablen y expresen, en libertad, sin reparos, pero sin cortafuegos ni cortinas de humo, su posición ante la ofensiva israelí. A favor, o en contra.
Cuando se produce un genocidio, cuando mueren civiles hablar es una obligación moral. En esto, sigo la afirmación de la judía Hannah Arendt (ahora que el presidente la cita, me animo yo también), de que, en política, la palabra es acción. Y lo decía una persona que, precisamente, padeció los rigores del silencio cómplice de algunos, ante el holocausto, el exilio, la opresión que sufrieron los judíos en la Alemania nazi. Por tanto, que salga hasta la última palabra de los rincones de las conciencias. No podemos entrar en guerra, pero, como decía Blas de Otero, “me queda la palabra”.
No creo que se pueda admitir, por mucho más tiempo, el truco alambicado de las medias tintas, de los cerros de Úbeda revestidos de falso intelectualismo (“esto es muy complejo”, “las dos partes son responsables”…etc). Si el conflicto era complejo, la política debería haber sido el único camino. Si Hamás es un grupo terrorista, se le debía haber perseguido policialmente, dentro de los límites del Estado de Derecho y respetando a la población civil. Si Palestina es un país no reconocido por Israel, no puede ser objeto de una guerra por parte de su propio Estado.
Pero acudir a los tanques, los bombardeos y los civiles muertos es reducir la complejidad del problema a las ruinas del odio más básico. Los matices políticos, se disuelven en el drama humano del desgarro, de la pérdida y de la destrucción injustificada, en una tierra demasiado teñida por la desesperación, y demasiado acostumbrada a que se imponga la lógica de la venganza, en lugar de la lógica a secas.
No hay nada de heroísmo en el exceso militar, la desproporción bélica y el dolor que está causando Israel en una población infinitamente más débil. Hay, eso sí, mucho de culto a la fuerza y de exhibición del poder, y deberíamos saber en qué ciudadanos españoles anida ese mismo ánimo, cuando demonizan cualquier tipo de diálogo, en cualquier tipo de circunstancia.
Artículo original en El Plural
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