Codicia
Resulta conmovedor, e ilustrativo a la vez, oír al Comisario de Economía de la UE, Joaquín Almunia, echarle la culpa de la debacle de los mercados a la “codicia”. Parece que, cuando los números crujen dramáticamente a la baja, la ética se cotiza al alza. Nadie pronunció la palabra “codicia” cuando bancos, entidades financieras, sociedades de inversión devoraban mercados regionales, o se fusionaban en una especie de erótica de la desregulación sin fin.
Cuando un Comisario de Economía describe la crisis recurriendo a la épica bíblica del bien y el mal, del castigo como consecuencia automática del pecado, es que la situación ha llegado a tal punto, que la única respuesta es que no hay respuestas. Tal vez por eso, esta crisis no es sólo económica, sino ideológica y de principios. Ha fallado el mercado financiero, ha fallado Wall Street, han fallado los bancos privados y los bancos centrales, pero, sobre todo, han fallado los principios sobre los que se sustentaba la globalización liberal: confianza plena en el crecimiento ilimitado, fe en el equilibrio del mercado, la falta de reglas como única regla.
Hasta ahí, muy bien, pero asoman dos preguntas sin respuestas claras. La primera, ¿qué ha pasado? Y la segunda, ¿hacia dónde vamos ahora? La primera la responderán, a su conveniencia, las mismas instituciones que han permitido que esto ocurriera, y por tanto nunca sabremos realmente qué pasó. La última, la va a tener que responder, en pocos meses, un presidente negro (ahora, cuando han descubierto que ser negro no resta votos, la derecha se apresura a decir que “Obama no es negro”, como acusándolo de parecerlo), pero hasta entonces, ni si quiera hay debate. No lo hay, porque nunca lo hubo. Y ese fue el verdadero triunfo de la derecha, el origen de su imperio cultural: secuestrar ideológicamente a la izquierda (Tercera Vía, doctrina Clinton), haciéndola vestirse de un liberalismo inverso, es decir, libertad para todos, menos para la intervención del Estado.
Por ello, los intentos de la izquierda europea y española de capitalizar la crisis, sólo pueden ser tímidos escarceos. Es cierto que la voracidad neoliberal sin frenos ha visto en la derecha neconservadora su principal aliado. Pero no es menos cierto que la izquierda europea nunca planteó una alternativa clara y convivió sin mayores problemas con la fórmula de “ser de izquierdas en políticas sociales, y liberales en política económica”. Si la utopía neoliberal se ha derrumbado en este otoño, la izquierda como apaciguada compañera de la derecha por la senda de la globalización de los mercados, también puede estar viviendo sus últimos días. Si la izquierda no es dialéctica, si no es crítica, si no es transformadora, ¿qué es? ¿qué nos queda?
Por ahora, volver, con honestidad ética, y con rigor intelectual, al origen de nuestra identidad negativa, resumido en el título de ese pequeño libro de Lenin: “¿Qué hacer?”
Artículo original en El Plural
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