lunes, agosto 29, 2005

Lectura marcusiana de Foucault


"El deseo dice: 'No querría tener que entrar yo mismo en este orden azaroso del discurso, no querría tener relación con cuanto hay en él de tajante y decisivo: querría que me rodeara como una transparencia apacible, profunda, indefinidamente abierta, en la que otros respondenrían a mi espera, y de la que brotarían las verdades, una a una: yo no tendría más que dejarme arrastrar, en él y por él, como algo abandonado, flotante y dichoso'. Y la institución responde: 'No hay por qué tener miedo de empezar: todos estamos aquí para mostrarte que el discurso está en el orden de las leyes, que desde hace mucho tiempo vela por su aparición, que se le ha preparado un lugar que le honra pero que le desarma y que, sin consigue algún poder, es de nosotros, y únicamente de nosotros, de quien lo obtiene'."

(Michel Foucault: "El orden del discurso", lección inaugural en la cátedra de Historia de los sistemas de pensamiento).

Lectura marcusiana: ¿Podemos vivir sin la Institución? ¿Podemos lanzar a nuestro yo, esa parte del Self que George Herberte Mead sitúa fuera de la internalización del "otro generalizado": el Eros marcusiano, indómito, salvaje, libre, podemos, decía, lanzarlo contra la Institución? ¿Podemos destruir la Institución, o ésta forma parte irremediablemente ósea, o epidérmica, del discurso que es proferido por su deseo? ¿Puede el deseo descategorizar el mundo, derruir sus segmentos, centrifugar su lenguaje, introducirse inadvertido en el azar, ser Babel sin Biblioteca, enumeración sin comas ni campos semánticos? ¿Podemos reblandecer "la estructura"? ¿La Institución, es nuestra piel, nuestro esqueleto o nuestra ropa? ¿O nuestra esquela?

Querríamos lamer los conceptos, sentir la curvatura y la textura de su lugar, viajar con ellos a una deriva almibarada sin compartimientos ni rejillas, flotando solos, helados, en la diferencia. Querríamos ser el almuerzo desnudo de una carne en constante expansión. Querríamos abismar nuestra boca sin saliva en el trémolo de la noche, cuando dormimos solos y frenéticos, en una ebriedad desfigurada. Querríamos no tener forma, ni esencia. Querríamos el extraño goce de tener la boca seca y babeante, a la vez. Queremos la dolorosa hipertrofia de nuestros tendones, su irrefrenable desguace, su hormigueante caos. Materia dichosa y sucia. Inconsciente. Deseo puro. Colores felices de Francis Bacon. Muñones de tela. Transparencia apacible. "Abandonado, flotante y dichoso". Quisiéramos no escribir, nunca más.