lunes, agosto 13, 2007

Cenizas de agosto

Agosto pasa por el año como un peine de llamas. Bajo la estival solana fustigadora y atravesada por el metal galvanizado que serpentea desde el centro hacia las costas, emerge esa España de ciudades medias en las que nunca pasa nada, para reclamar sus quince minutos de fama, su pequeña cuota de pantalla.

A simple vista, esta España de agosto sirve a los periódicos la dieta informativa del verano, compuesta por asesinatos, incendios, pérdidas, encuentros, terremotos, escapes, accidentes, salmonelosis, legionelas, topillos, granizos, rayos, cercanías averiados, apagones, subidas de tensión, alguna que otra estafa, viajes a ninguna parte, cayucos en el mar del tercer mundo, retrasos y cancelaciones en el primer mundo… Y uno piensa que este relleno de prensa, que esta colección de agosto, tan íbera, tan castiza, que hubiese inspirado al mismo David Lynch, es el termómetro inverso del país, aquel que nos da la medida de una cierta España real, mediana, ajena a los temblores políticos, que vive en el pringue diario y briega con un país contrahecho, con un desarrollo tan brillante en algunos aspectos como lleno de parches en la sombra, tan bien presentado por fuera como descosido, a veces, por dentro.

Este país de agosto, sin embargo, vive desde el uno de enero hasta el treinta y uno de diciembre sin que apenas sepamos de él. Es el país que le pregunta a Zapatero cuánto vale un café en la calle, o a Rajoy cuánto cobra. Es el país harto de ETA y de quien la instrumentaliza a falta de proyecto político, que querría una carretera mejor, un centro de salud cerca de casa, una guardería.

Los sociólogos de los partidos deberían trabajar en agosto, porque en estos meses sin espuma informativa es cuando el país real de los problemas empíricos, que coge el cercanías o sufre una plaga de topillos, se manifiesta y expresa sus carencias. Es en agosto cuando se ganan las elecciones, anotando las fallas del país físico y no metafísico: con el catálogo terco de estas semanas se deberían confeccionar los programas electorales, y no con la inspiración diletante que destapa el tarro de las esencias propias para abstraer la patria en un destino común, sin mirar los desatinos diarios.

Agosto, por fin, concluirá dejando su tradicional reguero de cenizas que luego nadie recordará. Lamentaremos que este mes queme bosques, queme aires, queme mares, y haya quemado a Puras y a Piqué, que de tanto apurar, se fueron a pique. Buen verano.

Artículo original en El Plural

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