martes, agosto 21, 2007

Gobierno de España

Parece que el Ejecutivo ha tomado conciencia sobre un tema aparentemente menor –tradicionalmente menor para la izquierda-, pero de gran importancia en el difícil terreno de la simbología política. Disputar los símbolos nacionales no es sólo una necesidad electoral. En España, con dos enfoques bien diferenciados sobre el propio país, es un bien público, una necesidad política, una exigencia social.

Dejar que “España”, su concepto, su despliegue iconográfico –bandera, himno, celebraciones- sean propiedad exclusiva de la derecha es un error de principios y una falta de responsabilidad. Error de principios, porque todos somos españoles, porque el Estado es una construcción colectiva que sostiene, en último término, un sistema de solidaridad al que ni queremos ni vamos a renunciar. Una falta de responsabilidad, porque renunciando a la disputa por los símbolos convertimos en monopolio una interpretación unívoca y excluyente de España: la del PP y los sectores más reaccionarios de la Iglesia que entienden la identidad nacional bajo el prisma del nacional-catolicismo.

Poner la gestión de los símbolos nacionales en manos de la derecha equivale a dejar de dar cobertura a los millones de españoles que no sólo se identifican con una España diversa, laica y tranquila, lejos de la España apocalíptica y metafísica del PP, sino que la viven día a día en sus propias familias, la tejen con vínculos de amistad o de relaciones laborales.

España no será solo lo que diga el PP que es cuando administra sobredosis insultantes de “patriotismo de hojalata” en la Plaza de Colón, acusando con dedo inquisitorial e ira rojigualda a quien se escapa de su monovisión carpetovetónica, inveterada y herrumbrosa del país. Tiene razón Torres Mora cuando escribió que el PP “no hizo uso de la bandera facha, pero hizo un uso facha de la bandera”. España será también lo que quiera la mayoría tranquila que no vota al PP ni comulga con la turbina ideológica que ha puesto en funcionamiento la Conferencia Episcopal, en una espiral de sinrazón revisionista e insumisa. Sólo así, haciendo que la identidad abarque a todos los sectores, a todas las visiones, superaremos esa España bipolar, ese país invertebrado del que hablaba Ortega, pero no por la imposición de una única receta patriótica, sino por la capacidad enriquecedora de sumar múltiples perspectivas a un proyecto común.

No se trata de que la izquierda, el laicismo, la convivencia en la diversidad del país viajen acomplejados hacia los colores y la identidad de España, sino al revés, que España sea también un viaje hacia esos valores y no se identifique ni su nombre, ni sus colores, con la versión oficial de un grupo de iracundos administradores de símbolos.

Hace bien el Gobierno de España en lanzar esa marca: “Gobierno de España”. También la izquierda laica, también la España diversa, es España.

Artículo original en El Plural

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