Maneras de irse
La ficción ha consagrado muchas maneras de irse. Tantas, que decir “adiós”, desaparecer, marcharse, ha constituido el grado cero del personaje literario: su punto y final tras las aventuras, su clausura semántica, su salida definitiva del relato. Irse es un arte: el arte de irse. Bogart supo dejar en el aire la esencia nostálgica del eterno retorno con su “siempre nos quedará París”. Terminator, el que terminaba con todo, dijo un soberbio y chulesco “Sayonara, baby”, mientras desaparecía en un cubo de metal hirviendo.
Con la marcha de Josu Jon Imaz se esfuma la esperanza moderada del nacionalismo vasco, trágicamente abonado a la estolidez pétrea del aranismo más irreflexivo. Imaz quiso modernizar el PNV flexibilizando su discurso, desentumeciendo sus arterias para que pudieran abandonar la espesura circulatoria de ideas, posiciones y dogmas más propios del siglo XIX que del XXI. Imaz quiso que el PNV fuese un partido orientado al bienestar de la sociedad que existe ahora –maldita sea, diversa y plural-, y no de la que existirá cuando sus improbables utopías etnicistas y esencialistas se impongan. En definitiva, Imaz se propuso algo que, conociendo Euskadi y su laberinto político-emocional, es como decirle a un levantador de piedras que en vez de granito levante aluminio galvanizado.
Nos vamos como somos, y somos como nos vamos. Nada nos construye ni nos define más que nuestra propia ausencia. La desaparición es la firma definitiva del individuo: el cul de sac de la identidad.
Rosa Díez y Josu Jon Imaz se han ido por caminos diferentes, pero sobre todo con adioses tan distintos como los de Terminator y Bogart. La primera se ha ido queriendo dañar a su partido. El segundo, para evitar el daño. La primera se ha ido porque no aceptó sus derrotas personales. El segundo, porque sí aceptó las suyas, aún cuando antes había ganado. La primera se ha ido rechazando el entendimiento con el adversario político. El segundo, reivindicándolo. La primera se ha ido cuando el sillón que ocupaba no resistía más incoherencia política. El segundo, cuando su coherencia le hizo imposible seguir en el sillón. No es lo mismo decir “siempre nos quedará París” que “Sayonara, baby”, aunque denotativamente ambas expresiones signifiquen adiós; porque no es lo mismo irse que huir, ni marcharse que abandonar.
Rosa Díez ha fundado un partido, que de rascar algo será en el espectro no nacionalista, para alimentar el frentismo entre ambos bloques. Imaz se ha ido porque los frentistas del otro lado querían seguir siendo frentistas. En esencia, Rosa Díez se parece a Ibarretxe. Al igual que él, entiende la política como la incapacidad de entenderse con quien piensa diferente.
Nos queda saber cómo serán sus adioses definitivos.
Artículo original en El Plural
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