domingo, octubre 14, 2007

El rey del ridículo

Los publicistas del PP maquinaron una polémica en la que se creyeron vencedores: la de los símbolos nacionales. Escogieron con oportunismo una fecha: el día de la Hispanidad. Y se atrevieron con un formato nuevo: el falso vídeo institucional. Con un maquiavelismo tan desvergonzado como irresponsable, pensaron que con un poco de suerte podrían provocar a nacionalistas vascos y catalanes para que quemasen hoy banderitas y fotos del rey. Y que Zapatero, el débil Zapatero, aparecería como único responsable de aquel desaguisado.

Pero la estrategia parte de dos hipótesis y las dos erróneas: que la sociedad española es retrasada mental y que no tiene memoria. La primera fue contundentemente rechazada del 11-M al 14-M cuando el Gobierno del PP utilizó en vano todos los medios a su alcance para hincar una patraña en la sociedad y ganar unas elecciones que al parecer tenían ganadas: televisión pública, debate antiterrorista, miedo rojo y hasta la diplomacia. No picamos. La segunda hipótesis se desmiente automáticamente cuando vemos este falso vídeo institucional de Rajoy. De inmediato nos viene a la memoria que quien nos habla es el vicepresidente de aquella mentira de Estado. Que quien nos anima a mostrar nuestros sentimientos patrióticos es el mismo que ocultó el desastre del Prestige y confundió el petróleo con plastilina. Que quien honra a la bandera que cubre el féretro de nuestros soldados respaldó una guerra injusta y hecha con mentiras en la que mueren a diario decenas de personas. Que quien se declara defensor de lo que nos une acusó al presidente de todos de “haber traicionado a los muertos”.

Nos acordamos de todo eso, y en ese momento el vídeo revela su naturaleza de cartón piedra, su tufo de spot de teletienda nacional, su carácter fraudulento de mamarrachada integral. Los publicistas del PP idearon una estrategia –polémica, fecha, formato- en la que sólo fallaba una cosa, la más importante: la persona, el hombre, Rajoy. Cuando el candidato aparece en la pantalla, el español con memoria identifica al perfecto monarca de la mentira. Alguien que traicionó la confianza de sus electores hasta perderla para siempre, y cuya desesperación política lo lleva a hacer el ridículo irreversiblemente.

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