lunes, noviembre 24, 2008

La “batalla de las ideas” de Aguirre

Hace ya bastantes años, el filósofo y asesor político Allan Bloom, profesor de Paul Wolfowitz en la Universidad de Chicago y de algún otro halcón de la Casa Blanca, recomendó a Bush Padre que llegase a Bagdad y derrocase a Saddam Hussein. Ya que estaban en guerra con Irak, con motivo de la invasión de Kuwait, debían llegar hasta el final. Bush padre desoyó aquel consejo y, desde entonces, la derrota del dictador iraquí se convirtió en una obsesión para los neoconservadores americanos.

Aquella frustración bélica está en el origen de la ofensiva neoconservadora que ha dominado hasta la reciente derrota de Bush hijo, y cuyas consecuencias conocemos todos.

Es oportuno hoy recordar la figura de Allam Bloom (padre ideológico de los neocon) para despejar la empanada mental que Esperanza Aguirre y Aznar están provocando en la derecha española, a cuenta de lo que ellos llaman “la batalla ideológica”, emulando a sus homólogos norteamericanos.

El concepto de “batalla ideológica” no es, propiamente dicho, patrimonio de la derecha, sino de la izquierda. Los neoconservadores lo adoptan –y lo adaptan- de Antonio Gramsci, que ya habló de “guerra de posición”, es decir, lucha comunicativa para propagar el pensamiento marxista, como paso previo a la revolución del proletariado.

En la revolución de las costumbres de los años 60, los conservadores –no los liberales-, comprenden que el pensamiento progresista ha ganado la batalla de las ideas. El mundo cambia, y no precisamente hacia las posturas conservadoras. Esto les hace recapacitar y empiezan a tejer una red de think-tanks con recursos suficientes para elaborar mensajes que, divulgados por los medios de comunicación afines, recuperen el espacio social perdido. En España, Aznar copió la táctica y creó tanques de pensamiento como la FAES, o el GEES.

Cabe aquí hacer una precisión importante. La “batalla ideológica” que plantean los neocon, constituye, en sí misma, una lucha frontal contra la izquierda en todos los ámbitos: social, político, económico, mediático y cultural. Se basa en la distinción que hace el filósofo alemán Carl Schmitt entre “amigos” y “enemigos”, según la cual, la política imita a la guerra. ¿Qué consecuencias prácticas tiene esta postura, que ahora quieren adoptar Aguirre y Aznar, frente a la opción más moderada de Rajoy? La principal consecuencia es la política entendida como intervención constante y contundente en el espacio público. Efectivamente, ¿cómo se puede “hacer la guerra” sin intervenir? Esta es la explicación por la cual el Gobierno regional de Aguirre es intervencionista al máximo: con una Telemadrid convertida en la televisión del partido, todas las licencias de televisión otorgadas a medios afines, médicos cesados de sus funciones por motivos ideológicos, y la presidenta maniobrando para poner y quitar a presidentes de cajas de ahorros. ¿Cabe más intervención por parte de un poder público?

Desde luego, Aguirre es consciente de que se ríe de todo el mundo cuando se reivindica como liberal: estas contradicciones, más que formar parte del cinismo habitual en política, nos hablan de un relativismo moral indecente. Ese es otro de los engaños de esta “batalla ideológica”: culpar a otros de un relativismo moral propio y evidente. De reclamarse como lo que no se es, de mentir, de manipular, de maniobrar con fines torticeros contra tus compañeros de partido, anteponiendo los intereses personales a los colectivos. Eso es relativismo moral.

El problema es que no basta con rasgarse las vestiduras. Hay que pasar a la ofensiva. Si la izquierda se contenta con escandalizarse, pensando que el sentido común del ciudadano medio castigará a Aguirre, podemos llevarnos una desagradable sorpresa. Esto es, precisamente, lo que ha ocurrido en EE.UU, durante varias décadas de nefasta hegemonía de los republicanos. Aquí, estamos a tiempo para evitarlo. La batalla de las ideas, si la libramos, la ganamos. Pero hay que lucharla.

Artículo original en El Plural

Etiquetas:

martes, noviembre 11, 2008

Silencio en el PP

Lo que caracteriza al PP actual no es la moderación en sus posiciones, sino la ausencia de éstas. Estamos ante uno de los momentos políticos más críticos de los últimos 20 años, con una crisis mundial de vértigo, con el primer afroamericano elegido presidente de los EE.UU., con España en el G-20 y doña Sofía hablando, y el PP no dice ni “mú”, más allá de los formalismos al uso.

Este perfil bajo, esta apatía verbal con la que parecen levantarse los populares todos los días, contrasta poderosamente con la beligerancia de la legislatura pasada, marcada por el estruendo simbólico y el exceso semántico. En cambio, ahora el silencio reina en las huestes de Rajoy, y eso es, sin duda, sospechoso de que algo está pasando detrás de los biombos, que es donde se escribe el guión de la obra.

Creo que este silencio hay que leerlo en clave interna. No hay apaciguamiento ni olvido de la ideología neocon. No confundamos la moderación con el centro. Este es un silencio que oculta una tensa espera. En el PP, la gente aguarda un los preámbulos del cataclismo, una leve señal de derrota, para lanzarse a la carrera por el control del partido. Por eso, nadie quiere enseñar sus cartas o, dicho en la jerga política, “quemarse”. Se guarda la munición, no se dan pistas al contrario, se preservan las fuerzas.

No hay confianza en la victoria, por ello, nadie habla ni opina. En política, opinar es asumir un riesgo, pero es también una inversión a medio o largo plazo, rentable si la opción elegida es la ganadora. Y nadie parece querer invertir en el proyecto de un Rajoy que cada día cotiza a la baja con valoraciones pésimas y patinazos como el del desfile de las fuerzas armadas.

Esto no es sólo perceptible en Esperanza o Gallardón, como cabezas visibles de las fuerzas telúricas que colisionan en las entrañas de la derecha española: los cargos intermedios, los líderes autonómicos, los delfines y hasta las ballenas cierran bien el pico y abren bien las orejas para ver por dónde va a ir el vendaval. La tensión sólo se verbaliza en la prensa conservadora, dividida en los dos bloques que el propio partido no puede ya ocultar.

A estas alturas, y visto lo visto en Navarra, es obvio que el Congreso de Valencia se cerró en falso. Rajoy se sucedió a sí mismo en una extraña pirueta de resistencia política, y muchos se preguntaron si no actuaba como caballo de Troya de un tapado cuya identidad se nos revelaría a mitad de travesía. En cualquier caso, ya todo el mundo sabe que habrá odisea en el PP.

Artículo original en El Plural

Etiquetas:

lunes, noviembre 03, 2008

La Reina habla

El error de la Reina no ha sido tanto expresar opiniones que la sitúan en el espectro más conservador de nuestra sociedad, como el mero hecho de expresarlas. En su caso, como en el caso de cualquier familiar real en una monarquía parlamentaria, la institución es la persona. Y la institución, en este caso, se define por su neutralidad política: se reina para todos, no para unos pocos. Por tanto, si la Reina se hubiera expresado en otros términos, si hubiera manifestado posiciones próximas a la izquierda, su error habría sido el mismo: hablar, tomar partido, extralimitándose de las funciones que le atribuye la Constitución. Por tanto, primer error.

El segundo, a mi juicio, ha sido ponerse en manos de una periodista nada imparcial ni neutral como es Pilar Urbano, miembro del Opus Dei, eso sí, lo suficientemente astuta como para conducir a la Reina por caminos peligrosos y hacerla meterse en charcos que sólo alimentan la polémica, aunque dañan considerablemente a la institución.

El tercero, es que, además de hablar, aparte de opinar, la Reina ha defendido sus posturas con unos argumentos sencillamente inaceptables en una sociedad moderna y democrática que se gobierna a sí misma. Para criticar el matrimonio gay, por ejemplo, ha dicho que las “leyes civiles” no pueden estar por encima de “las leyes naturales”. Y sorprende que, quien eso dice, es Reina en virtud precisamente de una ley civil, y no natural. A no ser que ella piense lo contrario, en cuyo caso deberíamos regalarle una Constitución Española y los capítulos en vídeo de la transición de Victoria Prego. Los homosexuales, les recuerdo, pagan sus impuestos como el resto de ciudadanos –en eso siempre han sido iguales-, y contribuyen al mantenimiento de la Corona.

En su defensa de la enseñanza religiosa, Doña Sofía argumenta que los niños deben recibir una explicación del origen del mundo, lo cual implica que el origen o la explicación científica de nuestra evolución que se enseña en las escuelas no es válida. Tampoco conocíamos la deriva creacionista de Doña Sofía.

Y para rematar, Doña Sofía alude a la violencia machista señalando que “ha ocurrido siempre”, y que la preocupación social por este tema tiene un efecto negativo ya que “se produce un contagio, se dan ideas que otros imitan”.

Estos tres errores, la decisión de hablar, la de hacerlo a una periodista parcial muy identificada con el sector más conservador de la sociedad española, y hacerlo ofreciendo opiniones y argumentos ampliamente discutidos y rechazados, han hecho un daño considerable a la Corona, y ha dado argumentos a los republicanos. Si la Reina habla, si toma partido, se cae definitivamente la barrera de silencio que la protegía de las críticas que, hasta este momento, habían sido minoritarias.

Artículo original en El Plural

Etiquetas: