martes, diciembre 23, 2008

Que no resucite el halcón

El gancho

El precedente es malo, pero puede servir de alerta. La crisis de los 70 se saldó con un giro conservador que duró casi dos décadas. En el río revuelto de la desconfianza, Tatcher y Reagan capitalizaron el descontento ciudadano con un discurso basado en el orden, la vuelta a las tradiciones, la familia y el mercado desregulado. Y, aunque los autores intelectuales de aquella crisis, militaban en sus filas, la derecha pudo ocultar este hecho, y desplazar a laboristas y demócratas con una apelación al trabajo duro, al orden social, al mérito individual y al Estado Leviatán. Mensajes simplificados basados en valores éticos, y no en soluciones o análisis racionales sobre el origen y la naturaleza de la crisis, que se demostraron efectivos para librar y ganar aquella batalla política.

Resulta paradójico, pero comprensible. Los años 80 fueron nefastos para una clase media que, sin embargo, los siguió votando. Se limitaron y recortaron prestaciones sociales, se hizo una política fiscal claramente perjudicial para las rentas más bajas, y se desmanteló, ideológicamente, el Estado del Bienestar. Pero las apelaciones culturales y morales fueron más fuertes y efectivas que la dura realidad económica. En definitiva, creo que los conservadores comprendieron que, cuando se emplea y generaliza la palabra crisis, cuando los tentáculos semánticos de esta idea se extienden por todo el espectro social, atenazando las esperanzas de la gente, lo que queda más profundamente afectado y debilitado es el sistema moral, la cultural, el suelo ético. Y ahí dieron duro, tanto Thatcher como Reagan.

La táctica fue culpar de la crisis económica a la apertura social, al progreso en todos los ámbitos civiles, que se había vivido desde los años 60. Vincularon el desplome de la economía con la conquista de los derechos cívicos. Dicho de otro modo: presentaron las libertades individuales como expresiones de una sociedad decadente. El peligro que hoy corremos en nuestro país es similar. Ya vemos a algunos que, en vez de lugar de hablar de Madoff, critican al mayo del 68. Y si la izquierda no hace comprender -¡rápido!- que la crisis es la traca final, el último eslabón de una larga etapa neoconservadora y neoliberal (dos cosas distintas, pero que suelen ir de la mano), la derecha propagará el mito de la patria recuperable, del país que se perdió y que hay que restaurar, de la vuelta al orden natural de las cosas. Un discurso emocional para clases medias huérfanas de referentes, que puede valer como descripción sencilla del caos y como receta frente a éste.

Es cierto que hoy tienen difícil repetir aquella operación ideológica. Los gigantes financieros han caído como dogmas. Madoff es una metáfora de todo lo anterior: el declive del capitalismo del capitalismo, del dinero que se vende a sí mismo, de la plusvalía sin origen y la expectativa convertida en producto, sin certificado de retorno. Marx no hubiese concebido peor pesadilla. Pero sí Milton Friedman y sus discípulos. Y aquí tenemos la tragedia, representada en toda su magnitud.

Pero hoy no pueden volver a salirse con la suya. No hay que cambiar de sistema –como nos quieren hacer creer Carlos Taibo y cierta izquierda extrema-, sino al sistema, en sí mismo. De cabo a rabo, es cierto. Y hay que empezar por identificar a los “autores intelectuales” de esta crisis, y ponerlos donde se merecen.

Artículo original en El Plural

Etiquetas:

lunes, diciembre 15, 2008

Bajo los adoquines…

Anda la señora Aguirre, y sus cachorros jóvenes, celebrando actos contra el mayo del 68. Como sigan así, terminarán levantando barricadas contra aquel movimiento, y pintando contraeslóganes en las pareces: “Obligatorio prohibir”, “debajo de los adoquines, más suelo para especular”, “seamos realistas, pidamos el despido libre”, se me ocurre –podríamos hacer un concurso de pintadas neocon, aquí dejo la propuesta.

Luego, acusarán a los demás de perder el tiempo mirando al pasado. Supongo que forma parte de la guerra ideológica del ala dura del PP, el tener el careto de hormigón armado, para arrogarse el derecho exclusivo a revisar la historia, mientras se acusa a los demás de querer hacerlo. Una ofensiva ideológica, por cierto, hecha con trabucos y tirachinas, y no sabemos si contra el PSOE o contra parte de su Propio Partido (PP).

Dicho esto, sorprende que una mujer de la talla intelectual de Esperanza Aguirre no comprenda que el mayo del 68 fuese precisamente un movimiento más liberal que libertario, más burgués que comunista. Deberíamos hacer un esfuerzo pedagógico (basado, como reclama ella, en la autoridad y la disciplina) para que lo entendiera, porque de seguir así, terminará arruinando sus propias raíces liberales.

En primer lugar, le recordaría que el mayo del 68 no fue un movimiento de la izquierda contra la derecha, como ella mal presupone. Sino de la sociedad civil frente a una concepción autoritaria del poder. Prueba de ello es que sucedió en París, en Berkeley, en México, frente a Estados conservadores y apolillados; y también en Praga, contra la dictadura comunista (llámese Primavera de Praga).

Le recordaría, por lo que a ella le atañe, que en el 68, empezó la lucha de las mujeres contra la cultura patriarcal, y gracias a ello, hoy ocupan puestos de responsabilidad política, como la propia Presidenta.

Que en el 68 los negros dijeron “no” a la discriminación (ver discurso de Martin Luther King, frente al Capitolio) y hoy, en EE.UU. un afroamericano es presidente.

Que los homosexuales gritaron “basta” a una sociedad que los construía como sujetos enfermos y desviados, y reclamaron un estatus de ciudadanía, que hoy disfrutan en muchos países.

Que la sociedad civil reivindicó su derecho a organizarse autónomamente, sin la tutela del Estado o la Iglesia, y hoy proliferan asociaciones de todo tipo, que enriquecen nuestro espacio público (muchas de ellas, de derechas).

Bajo los adoquines, tal vez, no había arena de playa (estará debajo de las nuevas urbanizaciones de la costa del Levante). Pero sí había más liberad, más respeto a las minorías, y la conciencia, ya sin vuelta atrás, de que la sociedad sólo sería un proyecto viable, si incluía a todos sus miembros. Hoy, la derecha papista de Aguirre, vacía de ideas, y llena de resentimiento, rema en sentido contrario.

Leer artículo original, en El Plural

Etiquetas:

martes, diciembre 09, 2008

Artistas y derechas

El gancho

La batalla cultural de la derecha empezó reciclando los últimos restos de la intelectualidad de izquierdas. Sánchez-Dragó, Gabriel Albiac, o el propio Jiménez Losantos eran lo que eran, pero el transfuguismo los convirtió en héroes para una derecha opulenta de recursos, y huérfana de ideas.

Ahora reciclan (en el sentido etimológico de re-ciclar: volver a meter en el ciclo) a algunos artistas, tradicionalmente identificados con la izquierda, semi-olvidados o convertidos en oscuros símbolos retrospectivos. Pongo dos ejemplos: Alaska y Loquillo. Ambos se han sacudido el olvido, en la página web de Jiménez Losantos. ¿Sorprende?

No, aunque nos defrauda a muchos, sin duda. Nos crea un cierto sentimiento de engaño. Por lo que fueron, por lo que simbolizaron. Y ya conocemos la historia. La derecha extrae de ellos un jugo que le es muy valioso: se trata de un trasvase ideológico que venderán como victoria moral. Bajo la parábola bíblica del hijo que vuelve al redil, estos rebeldes de antaño adquieren un nuevo e inusitado protagonismo, y los conservadores los exhiben como confirmación de que los buenos, terminan salvándose. Junto a ellos, claro. Y de paso, con estos estrafalarios fichajes, los conservadores se sacuden –o eso creen ellos- la caspa, la pátina de molesta obsolescencia que los aleja, sistemáticamente, de la modernidad cultural. Un maridaje, casi perfecto.

El fondo de la cuestión, lo preocupante, es que Loquillo, Sabino Méndez, Alaska o Mario Vaquerizo han decidido aparecer en los medios que criminalizan el aborto y la eutanasia, promueven manifestaciones contra el matrimonio gay, defienden los crucifijos en las escuelas, descalifican a los sindicatos y alimentan la teoría de las conspiración del 11-m. Y lo que es peor, medios en los que, a los artistas que se declaran de izquierdas, se les llama “untados”, “mediocres”, “cutres” o “subvencionados”, llámase Serrat, Ana Belén o Sabina. Medios que consideran que ser de derechas es ser “libre” y ser de izquierdas es “vivir del cuento”.

No digo que Alsaka o Loquillo –por citar a estos dos, aunque hay alguno más- estén de acuerdo con todo lo que se dice y opina ahí. Sin duda, discreparán en muchas cuestiones (eso, al menos, quiero creer). Pero la realidad es que, consciente o inconscientemente, se han prestado a ser una coartada de la derecha en su batalla cultural. Por esnobismo, por cuestiones profesionales, por lo que sea. Ahí están.

La diferencia, claro está, es que en este lado del espectro ideológico, jamás despreciaremos su arte, aunque deploremos sus ideas y/o sus nuevas amistades. Nos quedaremos con nuestros principios intactos. Decía Kierkegaard que hay que elegir entre dos formas de vivir la vida: estética, o éticamente. Es decir, o en el ser, o en las formas. Siempre he creído que los artistas no tienen por qué tener ética. Pero los ciudadanos sí, incluso, aquellos que, además de ciudadanos, son artistas.

Artículo original El Plural