lunes, junio 30, 2008

Fútbol

Cuando usted lea este artículo, España ya será campeona o subcampeona de Europa. Pase lo que pase, es un éxito pleno porque, a los buenos resultados, se ha sumado un gran juego. En apenas quince días, España se ha sacudido dos lastres históricos: la de equipo con eterna vocación de fatalidad, y la de fútbol mediocre e indefinido.

Por primera vez en mucho tiempo, la selección nacional ha sabido emocionar al personal, y sin atajos: jugando al toque, con precisión, demostrando que para mantener la portería a cero no es preciso poner un autobús delante de la portería, como hace Italia. Basta con controlar el balón, dominar en el centro del campo y saber mirar a la portería contraria. Los de Aragonés, en fin, han dado una lección de maestría.

Ahora, llegado a este punto, sería bueno también, desde la izquierda, no dejar que la derecha manosee y haga suyo el éxito deportivo. Demasiados complejos hemos tenido en el ámbito progresista con este deporte, por lo que tiene, para algunos, de exaltación nacionalista y fanatismo emocional.

Pero el fútbol, como dijo Juan Villoro, “es la forma de pasión mejor repartida en el planeta”. Algunos escritores, como Vázquez Montalbán, o Javier Marías, lo han rescatado del ostracismo intelectual de quienes lo consideraban un burdo entretenimiento para las masas, un nuevo opio del pueblo. Si algo tiene el deporte rey es su capacidad para reflejar simultáneamente los anhelos, las simpatías, las frustraciones de 5 continentes. Detrás de una competición de naciones, de una medición de fuerzas, hay un sofisticado sistema de convivencia multilateral, de entendimiento y reconocimiento mutuo, lo cual no es nada malo en el complejo mundo en el que vivimos.

Como crisol de aspiraciones, de destinos, el fútbol es, además, un juego catártico, una purga de rencores territoriales y una expresión cultural capaz de canalizar lo autóctono con lo global. Si hoy vemos a jugadores brasileños en equipos andaluces, si estamos familiarizados con apellidos del Este de Europa, o africanos, es en gran medida gracias al fútbol. Por ello, y por formar parte ya indeleble de nuestra cultura, como la televisión o la música pop, como la educación universal o los partidos políticos, dirijamos a este deporte, y a nuestra selección nacional, una mirada no sólo benevolente, sino de profundo reconocimiento y admiración. Se lo merecen.

Artículo original en El Plural

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lunes, junio 09, 2008

¿Por qué sigue?

Hay algo conmovedor en la obstinada persistencia de Rajoy: por primera vez ejerce de presidente del PP en vez de candidato a presidente del Gobierno. Es decir, ahora toca el partido. Y toca porque la tarea, eternamente pospuesta, de pasar la página del aznarismo no puede esperar más.

Quien perdió en 2004 no fue el señor Rajoy: fue la foto de las Azores, galvanizada por un sinfín de mentiras retóricas que desembocaron en la enorme mentira de Estado del 11-M.

Y quien perdió el 9 de marzo de 2008 tampoco fue Rajoy, sino los demasiado evidentes reductos de alquitrán que aún quedaba de aquella marea negra del PP: teoría de la conspiración, radiofonistas incendiarios, extremismo político personalizado en el inefable dúo Acebes-Zaplana.

En 2004 perdió una foto. En 2008, perdió la insuperable melancolía de esa foto. Perdieron los recuerdos amargos almacenados en el subconsciente de la derecha, y de todos los españoles. Un runrún soterrado, pero audible, cuya presencia hacía imposible que los sectores más moderados de la sociedad española diesen su apoyo al PP.

Y Rajoy lo sabe. Tal vez, Rajoy hubiese perdido igual si hubiese pasado página del aznarismo. Pero habría ahorrado al PP 8 años de desgobierno, de estatismo: de la sombra de Aznar.

Por eso, está por primera vez gobernando el PP, luchando contra “los demonios” del partido. Y, aunque no le sirva para volver a ser candidato, creo que hace bien, y que debemos aplaudirle ahora, justo ahora.

Nunca he votado al PP y no creo que nunca lo haga, pero cuando un poder no democrático trata de usurpar la autonomía de un partido político, aunque no sea el mío, me siento amenazado como demócrata y como ciudadano.

Seamos justos: cuando Aznar puso el dedo sobre Rajoy, también puso el dedo sobre Acebes, Zaplana, y todos los residuos de su mandato. Le dejó el palacio, sí, pero no le libró de las hipotecas.

Salve la autonomía del PP, señor Rajoy. Y luego podrá marcharse tranquilo.

Artículo original en El Plural

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