Que no resucite el halcón
El gancho
El precedente es malo, pero puede servir de alerta. La crisis de los 70 se saldó con un giro conservador que duró casi dos décadas. En el río revuelto de la desconfianza, Tatcher y Reagan capitalizaron el descontento ciudadano con un discurso basado en el orden, la vuelta a las tradiciones, la familia y el mercado desregulado. Y, aunque los autores intelectuales de aquella crisis, militaban en sus filas, la derecha pudo ocultar este hecho, y desplazar a laboristas y demócratas con una apelación al trabajo duro, al orden social, al mérito individual y al Estado Leviatán. Mensajes simplificados basados en valores éticos, y no en soluciones o análisis racionales sobre el origen y la naturaleza de la crisis, que se demostraron efectivos para librar y ganar aquella batalla política.
Resulta paradójico, pero comprensible. Los años 80 fueron nefastos para una clase media que, sin embargo, los siguió votando. Se limitaron y recortaron prestaciones sociales, se hizo una política fiscal claramente perjudicial para las rentas más bajas, y se desmanteló, ideológicamente, el Estado del Bienestar. Pero las apelaciones culturales y morales fueron más fuertes y efectivas que la dura realidad económica. En definitiva, creo que los conservadores comprendieron que, cuando se emplea y generaliza la palabra crisis, cuando los tentáculos semánticos de esta idea se extienden por todo el espectro social, atenazando las esperanzas de la gente, lo que queda más profundamente afectado y debilitado es el sistema moral, la cultural, el suelo ético. Y ahí dieron duro, tanto Thatcher como Reagan.
La táctica fue culpar de la crisis económica a la apertura social, al progreso en todos los ámbitos civiles, que se había vivido desde los años 60. Vincularon el desplome de la economía con la conquista de los derechos cívicos. Dicho de otro modo: presentaron las libertades individuales como expresiones de una sociedad decadente. El peligro que hoy corremos en nuestro país es similar. Ya vemos a algunos que, en vez de lugar de hablar de Madoff, critican al mayo del 68. Y si la izquierda no hace comprender -¡rápido!- que la crisis es la traca final, el último eslabón de una larga etapa neoconservadora y neoliberal (dos cosas distintas, pero que suelen ir de la mano), la derecha propagará el mito de la patria recuperable, del país que se perdió y que hay que restaurar, de la vuelta al orden natural de las cosas. Un discurso emocional para clases medias huérfanas de referentes, que puede valer como descripción sencilla del caos y como receta frente a éste.
Es cierto que hoy tienen difícil repetir aquella operación ideológica. Los gigantes financieros han caído como dogmas. Madoff es una metáfora de todo lo anterior: el declive del capitalismo del capitalismo, del dinero que se vende a sí mismo, de la plusvalía sin origen y la expectativa convertida en producto, sin certificado de retorno. Marx no hubiese concebido peor pesadilla. Pero sí Milton Friedman y sus discípulos. Y aquí tenemos la tragedia, representada en toda su magnitud.
Pero hoy no pueden volver a salirse con la suya. No hay que cambiar de sistema –como nos quieren hacer creer Carlos Taibo y cierta izquierda extrema-, sino al sistema, en sí mismo. De cabo a rabo, es cierto. Y hay que empezar por identificar a los “autores intelectuales” de esta crisis, y ponerlos donde se merecen.
Artículo original en El Plural
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