La derecha contra la cultura
Afirmar que la cultura, en España, es de izquierdas, sería una declaración tan liviana como decir que los andaluces somos vagos y los catalanes, hacendosos. Donde la historia de los tópicos ve indolencia endógena, la ideología que profeso ve injusticia histórica. El hecho objetivo es que, sea por indolencia propia –lo niego-, o por injusticia histórica –lo afirmo- Andalucía ha vivido un claro retraso con respecto al resto de España.
Y el hecho objetivo es que, en España, la cultura vota mayoritariamente a la izquierda, y ante esta evidencia, tenemos dos opciones, como dos Españas hay: podemos buscar los porqués en el recetario de tópicos de la derecha cañí -¿hay otra derecha?-, que aborda la cuestión con una semántica tan profusa como esperpéntica: titiriteros, mantenidos, rojelios, sociatas, chupópteros, untados, pseudointelectuales, intelectualoides a sueldo, comunos…etc; o elaborar una radiografía histórica más seria que identifique las causas de este alineamiento progresista de la cultura española. Trataré de hacer esto segundo, en la brevedad efímera de un artículo.
La cultura, en otros países, es la piel ideológica de la diversidad interior, el espejo plural de sus conflictos. Pero en España cualquier diversidad cultural se ha estrellado contra la columna vertebral del nacionalismo hispano: el catolicismo. Mientras la derecha francesa –por ejemplo- es republicana y laica, y define a Francia por sus principios liberales y democráticos surgidos en la Ilustración, la derecha española explica España por su unidad sentimental, la negación de su diversidad, y su tradición de fe, exacerbada en el simbolismo fundacional de la expulsión de los “moros” y los “judíos”, como Aznar se encarga en repetir una y otra vez.
El nacionalismo español, la derecha española, es melancólica, irracional, sentimental, en las antípodas del falso liberalismo bajo el que, ahora, pretenden ocultarse. Frente al avance de la razón por toda Europa, la derecha nacionalista española, tan montaraz, se blindó al grito unamuniano de “¡que inventen ellos!”. Nada nuevo. Aquel grito de desprecio hacia la modernidad proviene de una inveterada tradición patria por la que se ha perseguido y exterminado a inventores y creadores, considerados herejes peligrosos.
Así, mientras la II República hizo de la educación y la cultura un objetivo social y político, el franquismo clausuró esa ebullición creativa a cañonazos sentimentales, asesinando a poetas y artistas de todo tipo, encarcelando a pensadores y expulsando a intelectuales.
En el erial del franquismo, la cultura en el exilio jugó un papel fundamental de resistencia. Cuando se terminó aquel éxtasis de derecha dictatorial, aquellos exiliados volvieron al su país trayendo aires de libertad. Con este historial, no es difícil comprender esa animadversión hacia la cultura de una derecha que no sale del convento, y la preferencia progresista del tronco básico de nuestro árbol cultural.
Basta oír las ondas populares, leer a los liberales digitales, hojear las páginas amarillas del mundo conservador para darse cuenta de que cualquiera de estos diplodocus suscribiría aquello de… “cuando hoy la palabra cultura, me echo la mano a la pistola”.
Artículo original en El Plural
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