Inspiración políticamente responsable
Dan Browm, el multimillonario autor de best-seller que dio a luz El Código da Vinci, ha escrito una novela que ya ha inundado todos los libródromos del mundo y que tiene una particularidad que ha causado bastante revuelo por estas latitudes: pone a parir a Sevilla. Yo no voy a constatarlo, no voy a leer su último libro de la misma forma que no leí El Código, y esto lo hago por una cuestión pura y simple: padezco un terrible elitismo cultural, que me impide ver la realidad y la calidad de estas novelas tan vendidas y tan leídas. Si no leer a Dan Brown es ser un Stalin intelectual, será que lo soy, que soy un sujeto incapaz de bajar de las alturas y mezclarme con los gustos populares. Además, estas novelas suelen tener unas 600 páginas y tengo por norma no leer nada superior a 300 si no lo ha escrito Proust. En fin. Al tema.
Sevilla a parir en la novela de Browm. Al parecer, una sarta de tópicos y lugares comunes, incorrecciones históricas e imprecisiones sociales sobre Sevilla trufan la novela. Bondades de la literatura popular. Pero lo que late detrás de esta polémica absurda es la de si es legítimo o no ser injusto en una creación literaria acerca de un lugar, un colectivo. Lo políticamente correcto quiere ahora encorsetar la inspiración, poner cotos a la imaginación. Piensa, imagina, describe, pero sin hacer daño a nadie. La muerte de la literatura. Dan Browm andará escaso de imaginación e inspiración y holgado en negros y asesores editoriales. Pero, ¿andaba Baroja huérfano de musas cuando pintaba un Madrid oscuro y deprimente? ¿Y Luis Martín Santos? ¿Y John Dos Passos con Nueva York? Si yo escribo una novela sobre Nueva York y la pinto como una ciudad hostil, sucia y violenta, una jungla irrespirable llena de injusticias sociales y con unos servicios públicos casi inexistentes... ¿Vendrán en tromba voceros de Nueva York para decirme que corrija eso en mi novela?
A pesar de ser malagueño, amo Sevilla. Y como yo, tanta gente. Si algo me gusta menos de esa magnífica ciudad es el ego colectivo que los hace padecer una susceptibilidad a veces exagerada. Lo que escriba Browm debería parecernos dos cosas: producto de la mediocridad consustancial de la literatura industrial y algo, en cualquier caso, dentro del legítimo terreno de la ficción, donde hasta ahora todo era posible.