Al alba...
"Puede que hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros" (Magnolia)
Alcaraz con su voz meliflua de cantinero de la COPE frustrado. Acebes con su vocecilla terrorífica de verdugo de Palacio, pequeño aprendiz de ejecutor franquista. Obispos. Pijos. Niñatos del Barrio de Salamanca. Renegados del PSOE. El paraguas de la AVT, con la bandera de España, cubriendo a los grotescos del Sol de las dos patrias. El PP, por fin, ya instalado en la escatología ética: haciendo política con las vísceras del terrorismo. AVT: Asociación de Vísceras del Terrorismo. Todos sabemos ya cuál es el programa electoral del PP para el 2008: que vuelta el terror y la guerra a las calles. Que vuelvan las vísceras, humeantes, los muñones de Irene Villa, al escenario ético del espacio público, donde la razón siempre se estrellará contra el muñón, contra el esófago reventado, contra la cara ensangrentada. Al fin y al cabo, esta derecha siempre fue guerrera. Y su lógica fue escato-lógica.
Susurrar palabras a un remolino sin rumbo. Remolonear camastros a este lado del cristal. Zarandear las sábanas, las sílabas, las síncopas. Estoy en Madrid, solo, sin hijos, sin padres ni madres, soldado de la soledad, en un espacio que no tiene frío, porque el frío está en mí y está fuera. Me siento un heterónimo falso de Pessoa, que escribe lo ya escrito -papel mojado- por un autor que también tiene frío dentro de mí, y deshoja palabras en mis labios: "Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, no soy nada."
Puercoespineo por la red información sobre la "clase creativa", concepto acuñado por el sociólogo Richard Florida. Copio y pego la información básica: La teoría de la clase creativa, propuesta por Richard Florida en su libro The Rise of the Creative Class, ha generado un amplio debate. Florida propone que las claves del crecimiento económico en las últimas décadas son la tecnología, el talento y la tolerancia (las 3 T). En pocas palabras, las clases creativas son las que generan mayor crecimiento económico y buscan entornos urbanos atractivos en cuanto a su tolerancia hacia modos de vida no estandar (en cuanto a opciones familiares, sexuales, etc) y a sus posibilidades culturales y de entretenimiento.
Leo, paralelamente, dos libros especulares. Uno lo precede. El otro, lo refleja. Fue intuitivo y no sujeto a ningún plan de lectura preconcebido. El primero es "La evolución creadora", de Henri Bergson. Una espuela que el irracionalismo hinca en el lomo del evolucionismo racionalista. Una concepción del tiempo que disuelve el tiempo y lo convierte en duración. La evolución creadora se explica por el "elan vital", la fuerza última, impulso de vida. Y no por el trazado determinado que explicaría una evolución sistemática y mecánica: una prefiguración del tiempo como una sucesión de estados inevitables y consecuentes. Somos libres, dice Bergson, porque no existe el tiempo. Porque no hay una evolución finalista preinscrita en una naturaleza entendida como artefacto mecánico. El artefacto, lo mecánico, es una impostura epistemológica de los hombres (y las mujeres). La naturaleza es elan. No es un plan diseñado por el obrero humano.
Que despiertas junto a alguien. Que has dormido junto a alguien. Que has acariciado, y has temblado, y has olvidado, y has amanecido queriendo respirar adoquines y esquinas. Y has enmudecido. Y has encontrado otros idiomas que habitaban en ti. Otras voces, otros ámbitos. Y el mundo ha sido nuevo. Y el Madrid difuso de Gallardón fue otro Madrid tierno perdido entre tus células. Y entonces ha sucedido. Alguien se despierta, alguna camiseta extraña, con un olor extraño, con un silencio nuevo. Y todo sabe a nuevo, porque algo fue nuevo. Volviste a nacer una noche en Madrid porque alguien te nació sin pedirte permiso.
El fin de semana pasado estuve en Madrid. Madrid cada día es más pequeño. Lo recorro desde la Gran Vía adentro, hacia Malasaña, hacia Princesa, hacia Debod, hacia los Austria. Sin parar, sin yuxtaponer: el tiempo fluido de Bergson, acumulado, continuo, en constante cambio. Y como en La Historia Interminable, presiento que una Nada se va apoderano de la ciudad. La va cercando. Y amenaza con hacerla desaparecer. Es la Nada de los arquitectos municipales, de los concejales de urbanismo, de las grandes promotoras, de las zanjas, de los PAU's, de la ampliación de la Castellana. Hombres con traje gris que van y viene, venden y compran. Niñatos con másters. La ciudad es un buen negocio. Su negocio. Una mercancía. Técnicos municipales con planes y planos, al servicio de hombres con trajes grises. Y pasta, mucha pasta. Y Madrid, se encoge. Se encogen sus barrios, se encogen sus noches selváticas, se encogen sus esperanzas, se encoge su caos.
El PSC ha perdido las elecciones en Cataluña. Democráticamente, justamente, hemos perdido. Es cierto que el tripartido ha ganado con mayoría absoluta. Pero el PSC, el PSOE, mi partido, el socialismo democrático, no ha ganado. Ha ganado la izquierda como intuición, como conjunto. Como persona de izquierdas, lo celebro. Pero ha perdido el Partido Socialista. El más nuestro, el que está hecho de nosotros, de Montillas y Manuelas de Madre. De catalanes y andaluces. De barrios sin bandera. Gobernaremos, pero no vencimos. Somos lo que somos. No ganó nuestro proyecto de una Cataluña social, una Cataluña de seres humanos con más necesidades que identidad, sin contemplar, ingenuamente, que la identidad es la más fundamental de las necesidades.
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