Hoy, a riesgo de que MDD me llame neurótico y diga que necesito un psiquiatra (en cuyo caso lo necestiaría todo el país) hablaré del Estatut.
Ayer se aprobó la tramitación del proyecto de Estatuto para Cataluña en las Cortes Españolas. Había mucha expectación, pero, en líneas generales, fue una sesión previsible, algo fofa y bastante fría. Zapatero hizo brindis al sol, como es habitual en él, y Rajoy los hizo al demonio. Los diputados de la delegación catalana fueron comediditos,
talantosos, abiertos a un diálogo que será difícil y complicado, y cuyos resultados no serán, ni mucho menos, claros.
Haré algunas consideraciones breves.
Ayer se demostró, se escenificó, una vez más, que la derecha no confía en las instituciones, que no cree en ellas. Y no creer en las instituciones es no creer en el sistema constitucional democrático. Siempre ha sido así, y esto tuvo sus consecuencias trágicas en el 36. Es decir, cuando las instituciones no son ellos, no les sirven. Los
otros, los socialistas, los nacionalistas, los gays, los ecologistas
son siempre unos intrusos enemigos a eliminar no ya de ellos, sino de España, que vienen a socavar el interés de todos, de España, significante que repiten machaconamente a fuer de dotarlo de una significación totémica e hipnótica. Unívoca. Es decir, la derecha no confía en la democracia porque, si el Estatut se saliera de la Constitución y quebrase España, acabaría topándose con el Tribunal Constitucional tarde o temprano, y quedaría sin vigor. Pero esto es sólo la primera parte del asunto.
La derecha, además no creer en las instituciones, no cree en el diálogo y en la capacidad de la negociación y el entendimiento. Hablan de patriotismo constitucional, pero no han leído a Habermas, sino a los
neocon de la Casa Blanca, lo cual en cierta forma es normal teniendo en cuenta el pasado de cada uno.
Una última consideración tiene que ver ya con la sangre, con el estilo, con la memoria, con la vida. Y eso es más delicado, porque se constata, no desde la razón, sino desde la intuición casi mágica, la genética incompatibilidad o, si me lo permiten, oposición estructural entre dos trozos de este país que sí, han vivido dos experiencias de país completamente diferentes y que se resumen bajo una fórmula tan sencilla como esta: la de los dominadores y la de los dominados. La derecha nunca supo lo que significa luchar por la libertad porque fueron sus tétricos gestores, sus vigilantes oficiales, sus custodiadores violentos. Existe una repugnancia casi inevitable por sus formas, por sus dejes: no es que tengan una visión unicista de España, es que muetran un desprecio y desconocimiento total por la diferencia y en especial, por Cataluña, región que, por mucho que les pese, ha tenido una importancia cultural, política y económica fundamental para el resto del Estado... para mí, que estoy lleno de fragmentos e influencias catalanas como lo estoy de otras zonas, de otras culturas. Por la piel catalana entraron, en su día, los pocos aires de modernización de un país atrasado y ciego y no hace falta citar una retahíla de escritores progres para ser consciente de esto. Que Cataluña esté ahora cerrada sobre sí misma en busca de un lugar sobre el que reposar tranquila es algo posible, discutible, tal vez criticable en muchos aspectos, pero en cualquier caso legítimo. Cada uno vive la historia como quiere, o debería ser así.
No estoy de acuerdo con muchas cosas del Estatut, y tengo derecho a ello, pero no tengo derecho a la amenaza, al odio infundado, a la violencia verbal. No estoy de acuerdo con muchas cosas del Estatut y por ello se negociará y funcionará la política, que no es sino la gestión del desacuerdo. La COPE de Jiménez Losantos está insultando a Durán i Lleida, a Zapatero, a todos. No soy catalán y no estoy de acuerdo con el Estatut, pero no estar de acuerdo implica una mesa, un espacio, un diálogo. La guerra, la agresión, se produce cuando no te dejan estar en desacuerdo. Yo quiero seguir estando en desacuerdo con quien me plazca, sin que el PP venga a poner pólvora en la diferencia. Cuando la guerra -mediática, política, simbólica, institucional- arrecia, es hora de caminar juntos para poder estar plácidamente en desacuerdo.
Y siempre, siempre, frente a este atajo de fachas, diré, como dijo Raimon, poeta y cantautor que nació en Xátiva, es decir, cerquita de donde yo nací (Valencia):
D'un temps que serà el nostre,
d'un país que mai no hem fet,
cante les esperances
i plore la poca fe.
No creguem en les pistoles:
per a la vida s'ha fet l'home
i no per a la mort s'ha fet.
No creguem en la misèria,
la misèria necessària, diuen,
de tanta gent.
D'un temps que ja és un poc nostre,
d'un país que ja anem fent,
cante les esperances
i plore la poca fe.
Lluny som de records inútils
i de velles passions,
no anirem al darrera
d'antics tambors.
D'un temps que ja és un poc nostre,
d'un país que ja anem fent,
cante les esperances
i plore la poca fe.
Avui, mes que mai, soc un poc català.